domingo, 29 de agosto de 2010

Utopías V: El hormiguero de Morelly

El problema con las utopías surge cuando se publican... y hay gente que no sólo se las cree, sino que quiere aplicarlas. En la Francia prerevolucionaria, la nobleza no era tan corrupta y podrida como se nos ha querido hacer creer. No se puede decir lo mismo de los ambientes de la corte. Era ahí donde se frecuentaban las logias, misas negras y conspiraciones y tertulias disparatadas. En esos ambientes medraban Rousseau, Vlotaire y Diderot. Rousseau, del que ya hemos hablado, era el patriarca de una serie de personajes neurópatas, egoistas, melancólicos y soberbios, incapaces para la acción y consumidos por su propias ideas enloquecidas (Burke no quiso conocer a alguien que colocaba en la inclusa a todos los hijos que engendraba y que mostraba un desprecio absoluto por el prójimo).
Entre la literatura que se consumía, no sólo estaba aquella dedicada a describir la felicidad del "estado natural" (novela pastoril y viajes inexistentes a Polinesia), sino también manuales técnicos que intentaban convencer a la gente que era posible volver a una mítica "edad de oro". Todo lo cual gozaba de una amplia difusión. Incluso entre las clases bajas, que estaban más alfabetizadas de lo que suele creerse.
Uno de tales era "El código de la naturaleza o sea el auténtico espíritu de las leyes". Firmado por un tal Morelly, aunque se atribuyó a Diderot y éste nunca lo desmintió. Usó parte de las ideas del panfleto en La Enciclopedia. Fue publicado en 1755 y todo gira en torno a la ruptura del estado de naturaleza y las desgracias que han de atribuirse a la propiedad privada. Sin su eliminación (la propiedad privada ajena claro) no se podrá volver a ser feliz. Esto sólo se podrá lograr a través de un proceso gradual: Progreso de la razón.
Es inevitable, pero puede acelerarse a través de las leyes. Tres de éstas son sagradas e inevitables:
  1. Eliminar la propiedad privada.
  2. Convertir a todos en funcionarios.
  3. Hacer obligatorio el trabajo agrícola entre los 20 y los 35 años de edad, pasados los cuales cada uno es libre de elegir el trabajo que quiera.
Todo lo producido será propiedad del estado que lo distribuirá según las necesidades de cada uno. El comercio y el cambio estarán prohibidos.
Todos deberán vivir en ciudades y todos los barrios y ropas serán iguales. Admite el matrimonio, incluso obliga a él, pero no es indisoluble. Los niños serán separados de sus padres a los cinco años y serán educados por el Estado. La religión se obvia, pero no porque genere guerras, enfrentamientos o mantenga el statu-quo, sino porque es un referente moral.
Las penas para aquellos que infrinjan las leyes serán durisimas. No sólo son delincuentes, son criminales contra la humanidad. Serían emparedados y sus familias renegar de ellos. Además estarían obligadas a denunciar al familiar en cuanto se manifestasen los primeros síntomas de locura.

Aunque no hay nada nuevo en él, lo que si es novedoso es la introducción de la noción de progreso a la hora de la utopía y que alcanzar el paraiso en la tierra está en la fuerza de las cosas y se cumplirá quiérase o no; plantea que es misión de los iluminados acelerar éste proceso, haciendo que las masas tomen conciencia de su necesidad y se dejen llevar por ellos. Los iluminados tienen más razón y tienen derecho a guiar a los demás. Derecho y deber.

Es escalofriante darse cuenta que las semillas del genocidio camboyano, de Pol Pot, se sembraron en la enfebrecida mentalidad de un niño pijo del siglo XVIII.

Hasta otra.

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