domingo, 31 de agosto de 2008

La Leyenda del Indomable II. No nos rendiremos Jamás

La familia de aquel joven estaba realmente preocupada. Daba la impresión de que llevaba exactamente el camino de otros muchos petimetres de alta sociedad que se dedicaban a vivir de sus familiares serios y trabajadores. Por eso se habían alegrado de su admisión en la Academia Militar. A ver si ahí se hacía un hombre de provecho. Pero ni por esas. Si habían tenido que usar parte de sus influencias para que lo admitieran, el resto las tuvieron que usar para que no lo echaran. Nada hacía presagiar que, andando el tiempo, sería uno de los estadistas más importantes del siglo XX y Premio Nobel de Literatura en 1953. Que también sería la última persona en su país al que se le ofreciera un título de nobleza hereditario (al que renunció) y que en sus funerales en 1965, se le rendirían honores de Jefe de Estado, y asistirían representantes de más de 100 paises, una reunión que no fue superada hasta los funerales de Juan Pablo II. El joven era Winston Churchill.


Nacido el 30 de Noviembre de 1874 en la casa familiar de Blenheim Palace de Woodstock en Oxfordshire. La casa había sido un regalo a John Churchill, Primer Duque de Marlborough por su intervención en la Batalla de Blenheim, por lo que el joven pertenecía a una de las más linajudas familias de Gran Bretaña. El joven Churchill fue enviado por sus padres al colegio de St George en el que no llegó a encajar por lo que lo enviaron a otro más pequeño en Brighton. Luego fue enviado a Harrow donde siguió siendo un rebelde y ciertamente cosechó un pésimo expediente. Fué este expediente el que lo llevó a la carrera militar. Una vez graduado acabó en la India con su Regimiento, el 4º de Húsares, dónde una lesión y seguramente la escasa confianza en su capacidad táctica y de liderazgo parte de sus jefes (qué gran visión...) hizo que se le nombrara corresponsal de la Fuerza en Campaña de Malakaland. Y ahí empezó lo bueno. Sus artículos fueron publicados por el Daily Telegraph y alcanzó una cierta notoriedad, que se vio incrementada al publicarlos en forma de libro. Animado Churchill firmó un contrato con el The Morning Post y marchó al Sudan junto al 21º de Lanceros. Y el éxito siguió: escribió "La Guerra del Nilo". Luego marchó a Sudafrica donde fue capturado por los Boer, logró fugarse y fue recibido como un héroe. Gracias a la fama lograda consiguió ganar su escaño en el Parlamento y a partir de ese momento se dedicó de lleno a la política.
Su vida política tuvo altibajos varios, pero lo que interesa es que siempre actuó de acuerdo a sus convicciones. Liberal, patriota y, en cierto modo, filántropo. Su estancia en los ministerios de trabajo e interior significaron enormes mejoras, pero siempre con el respeto a la ley por encima de todo. Cuando Hitler llegó al poder, clamó en solitario por el peligro que suponía para Gran Bretaña y para el mundo. Cuando Chamberlain vendió a Checoslovaquia, fue la única voz en Gran Bretaña y occidente que protestó ("Habeís elegido entre el deshonor y la guerra. Tendréis el deshonor, y además la guerra"). Pero la gente no quería escucharle. Escuchaban más a gente como Lady Astor, que dirigió los abucheos contra él en el parlamento. Para cuando quisieron darse cuenta ya era tarde. En al menos una docena de ocasiones habrían podido detener a aquel racista austríaco enloquecido. En todas ellas Churchill lo pidió. En todas lo tacharon de loco y belicista. El 1 de septiembre de 1939, apenas un año después de Munich, la guerra que se podía haber evitado y en la que miles de los que lo insultaban morirían, empezaba. El 10 de Mayo de 1940 fue nombrado Primer Ministro y el 13 pronunció su famoso discurso "blood, toil, tears, sweat" (sangre, esfuerzo, lágrimas, sudor) y el 14 de Junio otro en el que aparecía la frase del título "We shall never surrender".
La gente lo siguió, pero sólo porque no tenía más remedio. En cierto modo no se le perdonó haber tenido razón. Dos meses después de la victoria las elecciones lo desplazaron del puesto. La gente no quería ver a aquel que había visto el peligro, les había avisado y al que no le habían hecho caso hasta que fue demasiado tarde. Les recordaba su estulticia y lenidad. Y querían seguir con ella.
Aún volvería a ser Primer Ministro en 1951. Pero casi como castigo, pues sólo fue para ver como se hundía todo aquello por lo que había luchado toda su vida y por lo que seguía luchando. Pero siempre luchó y, aunque incomprendido, siempre llevó la cabeza bien alta.
Hasta la vista y a por ellos. Son pocos, cobardes y además no tienen razón.

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