sábado, 25 de octubre de 2008

Indignidad y además la guerra

La intervención de aquel pirado le estaba estropeando la fiesta al Premier. Pese a que todo el parlamento le silbaba, Lady Ashtor la que más, el tío no paraba. El final fue apoteósico: "Habéis elegido entre la indignidad y la guerra. Tendréis la indignidad y además la guerra.".
Algo parecido le pasa a este presidente que la providencia nos ha enviado para purgar los numerosos pecados que, al parecer, hemos cometido los españoles. Aunque al revés. Durante cuatro años ha estado empeñado en una disparatada cruzada dialéctica contra nuestro, a su pesar, principal aliado: los americanos. A lo largo de estos años no ha perdido la ocasión de hablar como un lorito cuando lo mejor que podía hacer era quedarse callado. No sólo sacó las tropas de Iraq de malos modos, de haberlo hecho de otra manera la cosa no hubiera ido a más, sino que además empezó a animar a todo el mundo a largarse de allí y dejar a los americanos plantados. No sólo eso, mostró todo su apoyo al rival del actual inquilino de la Casa Blanca. Por supuesto, el pobre perdió y Bush ganó. Entonces fue cuando empezó la indignidad. Le mandó el telegrama de felicitación y ni le contestaron. Se permitió cualquier operación de las FAS americanas en nuestro suelo, aire o mar, sin hacer preguntas. Eso si, ocultándolo. Intentó hablar con él en toda cumbre en la que coincidían. Lo único que logró fue que Bush le dijera: "¿Qué tal amigo?", lo mismo que Jesús le dijo a Judas... .
El arrastre por el fango no ha cesado, y lo que pasa con la dichosa cumbre sería de risa, sino fuera porque el nombre que se arrastra por el barro no es el de Zapatero. No señor, es el de España. Es a todos nosotros a los que nos arrastra y humilla. Este tío va a conseguir que ser español sea un baldón dificil de borrar en muchos años. Y lo peor es que los del otro lado no son mejores. "Hay que ir como sea" dice el de barbas. ¿Como sea? No señor, hay que ir con la cabeza alta y propuestas claras y sabiendo lo que se quiere. Estos tipos que han caido sobre nosotros igual que las langostas, podrán ir con la cabeza alta (la ignorancia y la desverguenza son audaces), pero es dudoso que tengan algo, aparte de sus propias ambiciones y codicias, entre ambas orejas.
Por desgracia no tenemos a nadie, al menos aparentemente, como el de la frase del principio. Después de todo indomables como Churchill hay pocos. Por desgracia.
Otro día mas.

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